30 de abril de 2011

El desvelo de la oscuridad en la obra, "Martirio de Santa Úrsula"

El siguiente post hace referencia a un análisis visual hecho a la obra Martirio de Santa Úrsula (1682), del artista Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, localizada en el Museo de Arte Colonial (Bogotá, Colombia). El análisis fue presentado en el curso de Historia del Arte de la institución (2010). La obra fue hecha al óleo y continua exponiéndose en el museo citado con anterioridad.


EL DESVELO DE LA OSCURIDAD EN LA OBRA:
 “MARTIRIO DE SANTA ÚRSULA”

 “Contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros.” – Marcel Duchamp (1887-1968) 




La materia prima con que se trabaja en el “Martirio de Santa Úrsula” es un óleo sobre tela con un marco de madera tallada, compuesto por diversas imágenes humanas y de tradición cristiana, más un entorno que juega un papel activo dentro de la obra. Ángeles y hombres, de figura alargada y curvada que distan de manejar una realización de vista compuesta, se sumergen en una composición donde se crea una firme interacción entre todos sus elementos. Lo evidente denota la existencia de soldados, ángeles, y mártires, elaborados con características cercanas a lo observado por el ser humano, que crean una escena con un alto grado de dramatismo. Esta narrativa permite intuir que se trata de un momento de dolor y sangre. Un mínimo bagaje cultural nos permite resaltar la representación de una escena de la historia cristiana, en tiempos en que los seguidores de Cristo y sus enseñanzas, eran asesinados por sus creencias. Soldados romanos se abanderan en este exterminio, y los mártires caen sin más resistencia que la de sus creencias a los lindes entre la tierra y el cielo. Es un momento solemne el que captura Vásquez de Arce y Ceballos con esta obra. No obstante, hay una realidad que sobresale por encima de los detalles, la oscuridad. Sea por la huella que el pasar de los años ha plasmado en la obra o por la misma intención del artista, el “Martirio de Santa Úrsula” es una obra oscura, y es precisamente esta oscuridad la que invoca el misterio del cuadro. Los detalles quedan cobijados por pinceladas tenues que se funden con el contexto, más si el observador es lo suficientemente cauteloso, logra develar e interpretar la obra. Es decir, que cada pieza en la composición haya su razón de ser en esta; cada expresión, cada hombre caído y cada arquetipo social cumplen una función fundamental en la obra. Frente a lo anterior, se analizarán cinco elementos o registros fundamentales que permitirán realizar una descripción rigurosa de la obra: 1. Los soldados romanos como artífices de la realidad observada; 2. Los mártires como contexto para identificar la realidad de la escena; 3. La multitud de observadores como referencia histórica y cultural; 4. Los ángeles como observadores silenciosos del acontecimiento, pero al mismo tiempo, como  elementos activos de los hechos; y 5. Santa Úrsula como efigie central de la obra contextualizada dentro de las cuatro descripciones anteriores.
En primera instancia, tal vez las primeras imágenes que nos permiten contextualizarnos en tiempo y espacio, son las figuras de los soldados romanos en la parte izquierda de la obra. Estos personajes se identifican por sus trajes: casco y una vestimenta de colores rojos y negros, que las convenciones de la cultura permiten identificar como elementos iconográficos. Así mismo, la presencia de arcos y flechas, manifiestan su carácter bélico. Estos elementos manejan un cierto grado de naturalismo, donde las telas y la luz juegan un papel importante para justificar la anterior afirmación. Por otra parte, su posición informa al observador sobre la acción que realizan. Tensionados, y con los arcos y flechas apuntando hacía la multitud, es posible inferir que su mandato es atacar y asesinar a aquellos que componen el resto de la obra. Particularmente, son los únicos personajes de la composición a los que se dificulta descifrar sus expresiones. La oscuridad oculta sus rostros tras las sombras de lo desconocido, lo que, de una forma arbitraria y tal vez alejada de la realidad, permite relacionar con la sumisión y la disciplina característica del soldado, no solo de la época romana sino de la actualidad; su actuar se limitaba a acatar las órdenes impuestas por sus superiores como entes externos a la vivencia humana.
Por otra parte, encontramos las imágenes de la multitud que cae, de los mártires sacrificados por sus ideales. La diversidad de estas figuras dota de complejidad y riqueza a la obra. La escena queda detallada y correctamente representada precisamente gracias a dicha pluralidad de situaciones. En estas imágenes, al igual que en las figuras de los soldados, la tela se trata de representar con un cierto grado de naturalismo, así como el juego con la luz y las sombras. Manos y pies también son construidos con gran detalle, y en esta ocasión, a diferencia de la representación de los soldados, sus rostros y cuerpos están colmados de expresión, la expresión de la muerte. La ligereza de sus posiciones manifiesta la pesadez de su cuerpo y la ausencia de vida. Caídos, tendidos sobre el suelo de tierra sin vegetación que contribuye a crear la escena fúnebre que se vivencia, los cuerpos en ocasiones descubren sus caras mortuorias al espectador, en otras simplemente se observa su cuerpo cubierto por ropajes de la época. Concretamente, resalta la figura del hombre que yace sin vida en la parte inferior izquierda del cuadro. Su rostro creado con gran detalle, gesta en la intuición del observador la sensación de hallar un cuerpo que gozaba de vida hacía tan solo un corto período de tiempo, pero además permite percibir una expresión de anhelo en la misma faceta de muerte, una mirada que suplica vida. En pocas palabras, el autor logra colmar de expresión inclusive al mártir caído, y a través de él informar sobre la realidad del escenario. Atando esta escena a la expuesta con anterioridad, el cuadro narra la muerte de los caídos a manos de los soldados.
Además de recrear la escena de los verdugos y los condenados, Vásquez indaga y logra ir más allá; plasma un complemento que confiere a la obra complejidad y referencia histórica y cultural, la multitud de observadores. Con una connotación moral y ética, enmarcada en los lineamientos de la cristiandad, en la parte central izquierda del cuadro se puede distinguir la presencia de dichas figuras que al igual que los mártires caídos, contienen un nivel de personalización que los distingue a unos de otros. Tal es el caso del sacerdote, que con un gesto altivo, camina ante la escena sin siquiera inmutarse por la presencia de la muerte. Dicha altivez revela la relación de los sacerdotes de la época con el nuevo movimiento religioso. El personaje se distingue por las prendas largas y blancas que lo cubren, haciendo uso del sombrero que los sacerdotes llevaban en su tiempo, y una larga barba blanca que le otorga un aspecto superior con relación a las demás figuras de la composición. Sus palmas se juntan expresando su importancia y devoción religiosa, y su rostro se clausura impune al dolor de la muerte. Sin embargo, a su lado se puede distinguir otra figura. A diferencia del sacerdote esta goza de expresividad en su rostro. Se puede sentir la afección que lo perturba, y una mirada anhelante hacía un cielo colmado de ángeles. Es difícil llegar a diferenciar a este grupo de observadores de los mártires caídos. Tal vez es la misma presencia del sacerdote la que permite establecer esta diferencia. Las demás figuras empiezan a verse indefinidas y creadas con menos detalle. Se funden con en pinceladas que divulgan contornos y siluetas reconocidas a través de convenciones que permiten al espectador distinguir las figuras humanas que representan.
En cuarto lugar analizaremos a las figuras de los ángeles suspendidos en la parte superior de la obra que a diferencia de los demás rostros de la composición, gozan de una expresión casi alegre y expectante. En primer lugar se distinguen tres figuras pintadas con gran detalle, detalle que les permite sobresalir en la obra por encima de las dos escenas anteriormente mencionadas. Se identifican por sus alas blancas definidas con delgadas pinceladas, acompañadas de efectos de luz y sombra; por sus rostros infantiles y delicados; y por su vestuario blanco y rojo que denota pureza y sacrificio. Así mismo, sostienen en cada mano una palma y una corona. Estas dos últimas imágenes están cargadas de contenido cultural e iconográfico. Recurriendo al bagaje cultural del que se dispone, la palma representa el martirio y la corona simboliza el homenaje que se le debe a aquellos que murieron por Cristo. Hay un ángel que resalta por encima de los otros al ubicarse en una posición central, mientras que los otros dos reposan sobre nubes cargadas de lluvia. Este factor entra a jugar un papel importante en la armonía entre el entorno y los personajes del cuadro. El clima, la tormenta se convierte en una extensión del sentimiento de la escena representada; la oscuridad se refleja en la agitación climática. No obstante, es posible ver como la oscuridad de las tinieblas, se ve opacada por la luz que irradian estas figuras angelicales. Tanto así, que si se detiene un poco más para observar dichas nubes, es posible encontrar las siluetas de dos ángeles más que surgen y se crean a partir de la misma tempestad. En estas figuras se centra gran parte del mensaje visual que la obra tiene la intención de divulgar.
Finalmente, en el centro una figura resalta por encima de las demás, la intuición nos permite concluir que se trata de la efigie a la que hace referencia el título de la obra, Santa Úrsula. Ubicada en el registro de los mártires, destaca el hecho de que aún se mantiene en pie, aún no cae ante la fuerza romana; la percibimos unos instantes antes de la muerte. A su vez, adapta una postura solemne, expectante. Su mirada tiene una gran fuerza ante esta perspectiva; esta se dirige hacia el firmamento donde se encuentran los ángeles. Casi pareciese que su mirada se dirigiera exactamente a ellos y contemplara lo que le espera en aquella vida eterna que profesa el cristianismo. Es posible vislumbrar una disposición de la mártir y los ángeles en forma de cruz, exaltando este ícono de la tradición cristiana. Igualmente, vestida con túnicas llenas de pliegues, y con un fino detalle elaborado alrededor del cuello, Santa Úrsula junta sus manos en señal de unión a sus creencias, pero dista de cumplir la misma función de la postura que adopta el sacerdote de la multitud de observadores. Su rostro es el resultado de la espera de la muerte y la llegada a la vida eterna. Empero, sus facciones se mantienen serenas; no se inclinan a expresar el terror de  la expiación, o la dicha de la retribución divina. Esto le otorga unas connotaciones tanto humanas como cristianas, bajo esta directriz es posible considerar una intersección de dos visiones distintas en una única realidad.
Es así como el “Martirio de Santa Úrsula” se convierte en una narrativa cristiana, que precisamente por la época y lugar en la que fue creada (siglo XVII en la Hispanoamérica colonial), nos permite concluir que tenía como objetivo la evangelización de los aborígenes. Con este fin, las imágenes alargadas y con terminaciones curvas que se desarrollan, son imágenes, que si bien exaltan realidades donde el sacrificio es una conducta regular, se hace de forma tal que el terror y el miedo se reemplacen por la admiración del espectador a los personajes centrales de la obra, en este caso Santa Úrsula. De tal manera, figuras y ambientes creados con una tendencia casi barroca y detalles estilísticos naturalistas, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos logra crear una composición de mártires, observadores del martirio, soldados y ángeles, donde impera la oscuridad consignada por el uso de tonalidades rojas, cafés y negras. Hace así, un especial énfasis en la figura de Santa Úrsula, que se localiza en la parte central del cuadro en un primer plano, captando la atención del espectador; los soldados juegan un papel fundamental para descifrar la narrativa de la obra; por otro lado, los ángeles permiten enviar un mensaje claro acerca del triunfo de la vida eterna; y la multitud de observadores, así como los mártires caídos, son un aditivo que permite contextualizar histórica y culturalmente a la creación.

BIBLIOGRAFÍA

PANOFSKY, Erwin. Iconografía e Iconología: Introducción al Estudio del Arte del Renacimiento. En: PANOFSKY, Erwin. El Significado de las Artes Visuales. Madrid: Ed. Alianza. 1995. Pág. 45-75.

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